Por Cristian Flores
Morena Tlaxcala perdió la institucionalidad. Han pasado 11 meses desde que Marcela González Castillo asumió la dirigencia estatal y desde ese entonces, comenzó la fractura del movimiento que alguna vez se presentó como un proyecto de transformación y unidad.
González Castillo llegó al cargo al estilo priista, por dedazo. En noviembre de 2024, días antes de su elección, los 30 consejeros de Morena fueron citados un sabado a las siete de la mañana en Casa de Gobierno para recibir la “instrucción” directa de la titular del Ejecutivo de respaldar a Marcela como presidenta del Comité Ejecutivo Estatal. Lo que comenzó como un rumor terminó siendo una imposición política qué a muchos sorprendió.
Aquel nombramiento fue, en realidad, un premio de consolación. Marcela no logró repetir como diputada local, pero a cambio recibió la dirigencia del partido y más poder. Desde entonces, su influencia se extiende también al Congreso local, donde comparte escritorio y decisiones con el presidente de la Junta de Coordinación y Concertación Política, Ever Alejandro Campech Abelar; su principal operador.
A casi un año de su gestión, González Castillo enfrenta críticas por parte de militantes, fundadores y simpatizantes del partido. Le señalan conflictos de interés, autoritarismo, imposición y un uso faccioso de Morena Tlaxcala para fortalecer el proyecto personal de su esposo, el alcalde de la capital, Alfonso Sánchez García. Las renuncias dentro del partido —algunas aceptadas, otras negadas por la dirigencia nacional— son prueba de una dirigencia qué ha perdido el respeto a los estatutos.
De cara al 2027, Morena se jugará su permanencia en el estado. La elección será una de las más grandes de la historia. Se renovará la gubernatura, diputaciones locales y federales, presidencias municipales, de comunidad y regidurías. Ese será el verdadero examen de Marcela González Castillo, como aprendiz de política. Veremos si opera a favor del movimiento o si, en su ambición, termina traicionando al partido por no lograr que su esposo sea el candidato a gobernador.
A dos años de que concluya su dirigencia, ya muestra síntomas de descomposición. División, desconfianza y pérdida de credibilidad. Lo que alguna vez fue un movimiento de esperanza, hoy parece un reflejo del viejo PRI, qué deja a un Morena Tlaxcala totalmente roto.